Etiquetar a nuestros niños; cómo darle la vuelta a las etiquetas y por qué.
Últimamente, en los acompañamientos, estamos hablando largo y tendido sobre las etiquetas, cómo gestionarlas como padres o madres y si hay etiquetas positivas. Hoy quiero contarte mi versión, eso de lo que hablamos cuando hablamos sobre vosotros en sesión, pero de lo que quiero dibujarte una idea general.
Estoy segura de que ya has escuchado bastantes veces lo importante que es no etiquetar a nuestros niños (ni a ningún otro) con algún adjetivo que les pese y acaben llevando implícito o explícito con ellos. Lo cierto es que si no nos etiquetáramos de ninguna forma, no seríamos nosotros. Todos absolutamente todos los humanos llevamos etiquetas silenciosas y no tan silenciosas con nosotros. Y estaría feo no honrarlas.
¿Cuál es el problema?
Que a menudo durante la infancia se utilizan las etiquetas como herramienta para hacer que nuestros pequeños se den cuenta de algo que no nos agrada de su carácter y que, como adultos, queremos cambiar. El problema en sí, no es la etiqueta, es la motivación detrás de esa etiqueta.
Estoy segura que todos tenemos un hermano o hermana, amigo o amiga “desordenado”, “impuntual”, “impaciente”, “maniático” o “miedica” y no sé cuántas de todas esas personas han superado sus miedos por ser los “miedicas” del grupo, cuántas han aumentado su paciencia por ser llamados “impacientes”, etc.
Volvemos a esto de lo que siempre hablo. Vivimos en un mundo que le tiene miedo a la dificultad.
Nos da miedo que a alguien le cueste ser ordenado, valiente, paciente o tolerante. Y pensamos que sólo señalando cuando no lo consiguen, conseguiremos que sí lo sean. La realidad, esa que seguro ya conoces, es que nadie cambia si no está deseando hacerlo. Nadie tiene por qué cambiar si no desea hacerlo. Quizá hay gente feliz desordenada a la que el estrés de tenerlo todo ordenado solo le trae infelicidad.
Y en esto, los niños y niñas no son una excepción.
Imagina un mundo en el que aceptamos como somos sin querer cambiarnos. En su mundo, aún no hay x=bien, y=mal. Y ojalá en el nuestro tampoco.
Pero como esto no es así, al menos no aún. Es importante que pongamos atención en el momento en el que utilizamos estas etiquetas casi sin querer y pensemos que las estamos metiendo en la mochila de nuestro pequeño o pequeña, y si es necesario, las saquemos y deconstruyamos con ellos.
Porque, ¿qué escuchan ellos cuando los etiquetamos?
Escuchan que son todo lo que nosotros pensamos que son. Pero no saben bien qué significa ni tienen las herramientas para salir de ahí solos. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Yo creo firmemente que podemos utilizar los adjetivos, las “etiquetas” de una forma positiva, cuando un niño o niña tenga dificultades para ser ordenado, paciente, valiente, etc, en lugar de pensar y verbalizar que no es ordenados, paciente o valiente, utiliza esa misma etiqueta con el SÍ.
Ya lo sé, suena contraproducente. ¿Pero no crees que es mucho más sencillo continuar en un camino que parece que ya estás caminando que ir a buscar el camino cuando no sabes ni cuál es?
Entonces, en lugar de pensar, “no tienen nada de paciencia”, vamos a pensar un poco más allá, en aquellos momentos en los que sí fueron pacientes y traigámoslos justo en ese momento, en el que queremos llamar a esa paciencia que está creciendo en ellos como una semilla.
¡Algunos lo llaman “manifestar” en el mundo adulto! y yo lo llamo buscar la semilla que sabemos que está ahí, en nuestra tierra y le demos un pelín de agua, de sol y nos pongamos super atentos a verla florecer.
Cuando un ápice de paciencia asome, celebrémosla.
Mis dos formas favoritas para hacer esto son;
O bien celebrándolo con el protagonista de la historia, (con cuidado de no meter una etiqueta en su mochila, aunque sea positiva “el ordenado”, “el paciente”, “el valiente”), desde la admiración por el esfuerzo. Cuando alabamos el esfuerzo y no el resultado, lo más probable es que tengamos ganas de volvernos a esforzar, y no de repetir ese resultado. Así es como conseguimos extrapolar todos absolutamente todos los aprendizajes positivos que van a ir necesitando.
O bien, contándoselo a alguien por teléfono, en persona, mientras nuestro o nuestra “prota” está cerca, escuchándonos sin escuchar. “Abuela, esta mañana he ido a despertar a María y he visto que se había dejado el libro de la noche anterior en su sitio y los zapatitos de ir por casa junto a la cama, he pensado, ¡qué orden y qué bonito está todo!”. ¿Qué crees que ocurrirá la noche siguiente antes de que María se vaya a dormir? Puede que no, pero hay una probabilidad alta de que lo mismo que la noche anterior.
Esto no quiere decir que no podamos hablar abiertamente del desorden o de la impaciencia, pero con una mirada delicada y lejos de las cajas de las que nos va a costar mucho salir.
Para mi hablar de educación emocional es hablar en vacío si no empezamos por deconstruir desde pequeñitos las creencias sobre nosotros que nos acompañarán toda la vida y empezamos a ver las dificultades como el primer escalón. Y tú, ¿qué opinas sobre las etiquetas? Me encantará compartir contigo cualquier pensamiento o reflexión, así que no dudes en escribirme con cualquier pensamiento sobre el tema.
Nos vemos pronto,
Mar.