No podemos pedir calma.
A veces sentimos que nuestros niños y niñas están súper avanzados, actúan como “mini-personitas” adultas que de repente nos sorprenden haciendo cosas que no sabíamos que sabían. Quizá algo que escucharon a alguien por la calle, algún tipo de expresión o esas acciones que parece que lleven haciendo toda la vida.
Recuerdo un pequeño que sabía qué zapatos eran de quién a los pocos meses de empezar a caminar y los llevaba a cada miembro de la familia en cuanto parecía que empezaban a salir a la calle.
Todas esas pequeñas cosas que nos hacen pensar que han despegado de una manera increíble (sobre todo en el lenguaje), muy a menudo nos llevan a tratarles, hablarles o pedirles vivir como si llevaran viviendo aquí 20 años. Lo cierto es que muchos de esos comportamientos o palabras que nos asombran son fruto de ese “querer pertenecer” tan natural de los niños y niñas, ese que nos hace sobrevivir y mimetizarnos, convivir en una sociedad determinada, como dicen algunos profesionales, socializarnos o más bien “normalizarnos”.
El peligro reside entonces en exigir o esperar un nivel de ellos que está muy lejos de la realidad.
El primer ejercicio que me encantaría que hicieras es observar a tu pequeño o pequeña en una casa a laque no suele ir, un parque en el que nunca ha estado, en un ambiente con gente que no conoce o en una ciudad o país diferente al suyo. ¿Qué aprendizajes que parecían muy consolidados en nuestra rutina de repente ya no están? ¿Saben en este nuevo lugar, dónde están las cosas? ¿Se sienten igual de cómodos caminando sin darnos la mano o perdiéndonos de vista un segundo?
En muchos casos aún no. Y digo aún, porque generalizar es parte de ese aprendizaje. Y esas primeras estructuras; el hogar y la escuela, son ese andamiaje del que hablan Bruner y Vigotsky, esas bases que aportamos para que el aprendizaje siga construyéndose pero que una vez se construya, vamos a retirar.
Es decir, tenemos que seguir poniendo andamios, acolchando esos siguientes escalones. Y no desmontar ese andamio una vez coloquemos la primera ventana. Aunque nos parezca que “ya está la casa terminada”.
Si no lo vivo, no lo conozco.
De ahí que yo no sea muy fan de utilizar conceptos abstractos en esos primeros años. Conceptos tan usados en la crianza como estos tres: “calma, silencio y portarse bien”. ¿Cuántas veces escucharán al día nuestros niños y niñas esas tres palabras?
¿Y por que raramente funcionan?
La explicación es compleja, pero hay una cosa clara; un niño entiende a la primera lo que es un pez globo pero le cuesta años entender qué queremos decir con “portarse bien”, estar “tranquilo” o en silencio. No hay fotos, no suele haber mucha más explicación.
Por lo que no hay duda, tenemos que acudir a las señales físicas, tangibles que nos dan cada uno de los conceptos más abstractos que pedimos a los niños y niñas. Por eso mismo es tan importante plantearnos cuáles son las expectativas que tenemos de nuestros niños y niñas.
¿Qué es “portarse bien”? ¿Cómo sería mi hijo o hija a sus X meses de edad, en calma? ¿Cuánto rato podemos pedir silencio? ¿Están habiendo buenas conexiones con ese concepto, les parece algo positivo, lo viven como algo que suma o les genera frustración?
¿Saben cómo se siente en su cuerpo ese “estar calmados”?
No sé cómo te sientes tú en calma, pero imagina una imagen en vacaciones, en un masaje, clase de yoga o a punto de dormirte. Estar en calma siempre implica un cambio en la respiración. En calma la respiración es más lenta, suave pero a la vez profunda. Cuando corremos no tenemos esa respiración. Poner nombre a ese momento es importante. Respiración de océano, acordeón o pez globo es algo que suele funcionar.
Además los músculos están relajados y no tenemos tensión. Yo suelo buscar alguna comparativa y mi favorita y la que ya están aplicando algunas familias y funciona es que cuando estamos relajados nos sentimos como un spaghetti cocinado, blandito. Y cuando estamos tensos, acordémonos de cuando vamos al médico y nos ponen una vacuna, nos ponemos rígidos, como un spaghetti sin cocinar.
En lugar de decir, “te veo súper nervioso hoy”, ¿yo prefiero preguntar“te sientes como un spaghetti crudo o cocinado hoy”? En lugar de asumir que están nerviosos o tensos. O podemos preguntar si necesitan ayuda para respirar como un pez globo, y en ese momento ayudarles a asociar la palabra calma. Creo que es la mejor de las maneras para hacerlo porque significa algo para ellos, con el conocimiento del mundo y su cuerpo que tienen en este momento.
¿Saben cómo se siente en su boca no decir nada aunque su entorno sea ruidoso & demandante?
El silencio es la ausencia de voz, y la voz es una expresión de la corporalidad que en esos primeros años está super ligado con en quiénes nos estamos convirtiendo. ¿Qué pedimos? ¿Qué conocen?
Y sobre todo, ¿qué supone para su sistema nervioso tratar de autoregularse en un nuevo lugar?
El autocontrol es siempre contraproducente. Y no podemos esperar a que el niño lo ejerza. Significa inhibir impulsos, y aunque está valoradísimo en nuestra sociedad (la fuerza de voluntad, ¿te suena?), es sin duda una manera antinatural de pedirles a los niños o niñas que gestionen sus emociones. Además de traer muchísima frustración hacia ellos mismo y nosotros.
Entonces, ¿Podemos esperar que se autoregule a su edad sin un buen trabajo previo de comprender qué pedimos y qué podemos pedir?
Por eso me gusta que hagamos un ejercicio de intención, de comprender conscientemente y sabiendo cómo son nuestros niños & cómo podemos esperar que comprendan y se ajusten al mundo a su alrededor, para no perdernos en la comparación. Para no acabar buscando formas diferentes de “criar” o manejar “comportamientos” cuando la solución está en esa base. En la suya, en la nuestra.
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