Cambiar de mirada: de estimular a facilitar.
No sé si sabes que yo soy maestra de infantil, de las que “enseñan” o al menos a las que se le pide enseñar. Pero por otro lado soy Pedagoga y tengo un máster en Atención Temprana y Familia, aunque también se le suele llamar “Estimulación Temprana”, por lo que quizá no parece del todo lógico que haya dejado de estimular. Creo que precisamente desde la pedagogía es desde donde he llegado este cambio. Desde el cuestionarme y no tener miedo de retar mis propios roles o etiquetas. Esas cajitas en las que me he ido metiendo, y desde ahí, permitirme explorar sin miedo.
Me apetece contarte un poco del “behind the scenes” por si no estás dentro del mundo de la educación, pero cuando estudias algo relacionado con la educación, se estudia de todo menos el “cómo” hacerlo. Eso es algo que acabas encontrando tú. Para mi estudiar fue liberador, y en mi práctica y experiencia es donde he ido abriendo o cerrando las puertas de mi “cómo”. Al salir de la universidad no comprendía por qué nadie nos había explicado cómo hacerlo, lo de enseñar. Pero ahora lo entiendo perfectamente.
Salir al mundo laboral en el ámbito de la infancia, educación, crianza es como meterse en el mar, está lleno hasta arriba de todo tipo de especies que comparten medio; el agua. Pero no tienen por qué tener mucho más en común.
Yo me he sentido un pececillo en muchos ambientes.
Me han contado cómo se tenía que nadar pero cuando yo me ponía a ello según las normas, no parecía fluir. Y cuando no me contaban mucho, fluía. Quizá tú también te has sentido así en tu maternidad. Piensa en los días en los que mejor te has sentido, mejor ha ido todo. Y haz el ejercicio de ver qué han tenido en común.
Yo hace un tiempo descubrí mi por qué. Creo que nos apresuramos a enseñar, estimular, querer que hagan, desear con todas nuestras fuerzas agilizar ese resultado sin tener en cuenta que nuestros niños y niñas son criaturitas capaces y con unas ganas locas de incluirse en este mar en el que nosotros nadamos. Es decir; se mueren por aprender.
Me apetece contarte un poquito más entonces del por qué ya no hablo de estimular o enseñar y por qué me da pena que se nos prometa que la estimulación es el camino al desarrollo de muchas habilidades de forma temprana.
Implícitamente, la palabra “estimular” habla de que los niños necesitan conseguir algo que nosotros vemos y ellos aún no. Para mi no se aprende a hacer haciendo, si no encontrando tu camino para hacerlo en un ambiente que te motiva a seguir explorando tu curiosidad, innata. Tu motivación intrínseca.
Porque enseñar nos sitúa a nosotros como proveedores de conocimientos y, en consecuencia, deja poquito espacio para que ellos encuentren su propia y única manera. ¡Con las ganas que tenemos todos, especialmente últimamente, con ver un cambio en el mundo!
A menudo les colocamos o pedimos que lleguen a posturas para las que aún no están preparados. Para que consigan un “check” tras otro. Por ejemplo, queremos que nuestros bebés aprendan a estar sentados sentándolos. Cuando no están preparados para ello. Cuando no saben tumbarse desde sentados, o sentarse desde tumbados. Entonces como están allí, sentados aunque ni sus músculos, ni su sistema cognitivo estén preparados para ello, les “entretenemos” o “estimulamos”, poniéndoles una cestita de tesoros delante, leyéndoles cuentos o rodeándoles de cojines. Nos estamos perdiendo muchísimos pasos y movimientos intermedios que son vitales para desarrollar todos los músculos implicados en esa acción. A crecer fuertes, sin tanta frustración y tensiones físicas y emocionales desde bebés (de esto, del movimiento libre de Pikler te hablaré pronto).
Porque la sobreestimulación es lo opuesto a la concentración. Cierra los ojos e imagina un lugar en el que te sientes inspirada, relajada y con mucho foco. Ese es el ambiente de concentración que también necesitan nuestros niños y niñas. Alejémonos de todo ambiente sobrecargado de ruidos y celebraciones que no permiten concentrarnos en el siguiente paso. La diferencia está en participar de un aprendizaje inducido o iniciarlo, terminarlo y repetirlo a lo largo del tiempo, guiarlo.
—por ejemplo, yo hoy te escribo esta carta un sábado, porque durante la semana no he tenido espacio para sentarme con calma, lo hago al ladito de la chimenea, con el móvil y la casa en silencio y llevo varias horas dándole forma, sin prisa. Yo no sé concentrarme de otra manera.
Ahora bien, vamos a lo que SÍ, cuando nos ponemos en esta postura de la que siempre hablo, la de “facilitador de aprendizajes” somos capaces de dar un paso atrás. Respirar. Observar y estar atentos a las señales.
Para facilitarte tengo que ponerme en tus zapatos de niño. Desear que encuentres tu camino. Olvidarme del camino que yo he seguido. Implica apertura hacia lo nuevo, desconocido. Confianza en sus tiempos. Observar mucho y preguntarles más:
¿Qué necesitas para poder llegar hasta ahí?
¿Cómo me necesitas a mi?
¿Qué objetos, rutinas y rituales no están sumando?
¿Hay algún obstáculo físico o emocional que impide esos siguientes pasos?
¿Cómo te gusta aprender? ¿Qué disfrutas haciendo?
¿En qué estás ya cómodo o cómoda? ¿Cuánto rato al día practicas esa comodidad?
Preguntarnos y hacer cambios si se pudiera, gestionar todas esas variantes y dar espacio, todo el espacio que se pueda, y mientras también tú llenas tus reservas.
¿Qué puedo hacer para nutrirme mientras se nutren?
¿Hay algún obstáculo físico o mental que me impide disfrutar de este momento?
¿Cómo me siento más a gusto maternando o paternando?
Dejemos de estimular y empecemos a favorecer aprendizajes, hagámonos preguntas, llenémonos la maleta de recursos hasta arriba, eliminemos todos los obstáculos para el aprendizaje y demos todo el tiempo del mundo.